Lo contrataron para pintar, robó en la casa y simuló ser testigo del robo
El hecho ocurrió por calle Salta, casi Parajón Ortiz, en barrio Ameghino. Policías lo atraparon al revisar las imágenes de un domo ubicado en el sector.
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Ella, cincuenta y tantos años, decide ir hacer unas compras, a la vuelta de su casa. Vive por calle Salta, casi Parajón Ortiz, en barrio Ameghino. Sale por la puerta, acompañada por su nieto de dos años, pasa a un costado del andamio donde está trabajando el albañil, pintándole la parte alta del frente de su casa, llega a la esquina y dobla. A unos pasos está el almacén. Entra y compra. No demora mucho, tal vez unos diez minutos, quizá menos. Camina de regreso, pasa por el frente de la casa y, desde afuera, ve a través de la persiana —apenas abierta— que en el dormitorio que da a la calle está la luz encendida y ella no cree haberla encendido aún. Es la mañana del lunes 10 de noviembre y ella no sabe que un hombre se ha metido a su casa.
Ella y el nieto están en la cocina. El nieto come un yogur. Pasa un rato y ella, desde la cocina, ve que la luz en el dormitorio está apagada.
—Debo estar loca, pensé —dirá más tarde, parada en la puerta, rodeada por un par de policías, por vecinos.
Está, además, asustada y por eso no se arrima al dormitorio.
En el dormitorio está el hombre. Él, para salir, abre la ventana y la persiana. Ella escucha el ruido de la ventana, de la persiana, y, unos segundos después, el timbre de la casa. Cuando abre, el albañil le dice que vio al hombre saltar por la ventana y correr por Salta, hacia calle López y Planes. Después, ella vuelve al dormitorio y se da cuenta que le falta el celular. De lo que no se da cuenta es que le falta un reloj pulsera. Eso lo sabrá al día siguiente, cuando ya lo haya recuperado, cuando el hombre ya haya sido arrestado y ella esté formulando la denuncia para que quede asentada.
A las once y media de la mañana, en la vereda están la mujer y dos policías, la hija de la mujer que recién llega. El albañil está sentado en el borde de una camioneta Chevrolet. Frente al almacén al que ha ido la mujer hay un terreno cercado, en el que no hay nada construido, solo césped. Pegado al terreno hay una casa donde vive una vecina que, ahora, está hablando con otros dos policías. Les está contando que hace un rato, mientras volvía de la carnicería, empezó a escuchar un sonido y, cuando empezó a seguir el sonido, llegó hasta el terreno y, en el medio, encontró un celular. Atendió. La voz le resultó conocida. Era el marido de la mujer a la que le habían robado. Entonces fue hasta la casa y se lo devolvió.
En la casa sigue la mujer, la hija, el par de policías. El albañil está recostado contra la pared de la casa, sentado con las piernas flexionadas. Tiene los ojos cerrados. El sol le da en la cara.
—Están revisando las cámaras —dice la hija de la mujer.
Las cámaras no son varias. En realidad es una, un domo, y está justo en la esquina de Salta y Parajón Ortiz, alto.
Las imágenes muestran lo que ha ocurrido y los policías no tienen que hacer demasiado, solo deben sacar las esposas y colocárselas al albañil, que estaba ahí, recostado contra la pared de la casa, con los ojos cerrados.
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