Les robaron mientras estaban de vacaciones

El hecho ocurrió en el barrio Roque Sáenz Peña. El ladrón, que ingresó a la casa por el patio, se llevó dos celulares y dinero.

El patio por donde ingresó el ladrón.

Son casi las siete de la tarde del viernes 27 de diciembre de 2024 y ambos están en el comedor de su casa, en el barrio Roque Sáenz Peña, al oeste de Villa María: ella sentada a la mesa, él de pie, apoyado en una silla.

—Estábamos durmiendo— recuerda.

Ella, Jésica de treinta y nueve años, es la que habla. Y habla rápido. Él, Damián de treinta y dos, su marido —jubilado por invalidez—, aporta muy de vez en cuando, casi nada: aporta bajito, como para sí mismo.

Están en su casa del Roque Sáenz Peña pero deberían seguir en la de los suegros de ella, en Villa Amancay, un pueblo a unos 120 kilómetros de Córdoba —donde viven no más de ochocientos— a la que fueron hace unos días para pasar las fiestas. 

Sin embargo, esta madrugada, mientras estaban durmiendo, de pronto, a las cinco cuarenta y nueve, sonó la alarma de la casa del Roque Sáenz Peña y se enteraron por el celular de él: el flaco.

 

Tienen el sistema de alarma de ADT.

A veces puede pasar y a ellos les ha pasado que, por ejemplo, digitan mal el código o, mientras levantan el portón del garaje, el sensor los toma y no alcanzan a desbloquear la alarma antes que salte. Entonces, desde casa central en Buenos Aires los llaman, les avisan que está sonando y les preguntan si todo anda como debería andar.

Este 27 de diciembre los llamaron de madrugada y ellos les dijeron que no tenían idea, que no estaban en la casa. Entonces Damián revisó las cámaras en el celular: vio la puerta del patio y la que da de la cocina al antebaño. Estaba abiertas. Siguió mirando, ahora con Jésica, y lo vieron a él, el flaco con buzo —con capucha puesta—, bermuda, zapatillas y un tatuaje en el gemelo derecho. 

 

Lo vieron ahí mismo en la casa, en la que viven desde hace dos años y medio, andando con cuidado: no del todo seguro, el flaco, de que estuviera solo.

Lo que no vieron lo suponen y tratan de reconstruirlo. Suponen que el flaco barreteó la puerta del patio con una grampa porque en el patio hay materiales de construcción; están construyendo y suponen que sacó una de ahí, que es la que, suponen, el flaco dejó al lado de la puerta del patio cuando consiguió forzarla.

Suponen también por dónde llegó al patio. Casa de por medio a la de Jésica y Damián hay un terreno donde hace más o menos un año había casas. Las demolieron y ahora hay un yuyal.

—Han clavado unos hierros, han puesto unas chapas así nomás al tún tun. Entre lluvia y viento esas chapas se movieron, se ablandaron, se cayeron y se abrieron. Entonces tenés acceso al sitio.

Y suponen lo que hizo el flaco desde el baldío por lo que les ha dicho un vecino.

—El chico me contó que de la tapia de aquel lado ha hecho una escalerita con ladrillos. ¿Quieren venir a ver?

Justo por encima de la tapia hay un hueco pequeñísimo. Subió: después subió de ahí al techo y así bajó a al patio.

 

Mientras lo miraban al flaco por el celular, llamaron al vecino de enfrente para que se cruce y golpee la puerta; para intentar asustarlo, aunque sea. Llamaron también a otra vecina que vive a la vuelta: se llama Sandra y trabaja con ella ahí en su casa porque, en un sector pequeño de la casa —un pasillo estrecho—, funciona una santería.

—Le pedimos que se viniera.

Aparte, Jésica llamó a la única que tiene copia de la llave: su cuñada. Y ella tenía que llegar para abrirle a los policías.

A los policías los habían llamado desde ADT porque es parte del «combo» que pagan.

—Llegaron un poco tarde. Entendemos que pueden tener otros lugares a los que asistir, pero bueno, demoró —dice.

Piensa que si hubieran llegado enseguida —¿cuánto es enseguida?—, tal vez lo hubieran atrapado. De todos modos, lo que Jésica sabe es que los policías demoraron quince minutos: ella seguía mirando todo por el celular.

 

Incluso, con los ojos todavía sobre la pantalla del teléfono, su marido le empezó a hablar por el parlante del sistema.

—Le pegó un grito por la cámara. Le empezó a hablar, a decirle: 'Andate, qué hacés, no toqués nada'. Se ve que se asustó y lo vimos que salió corriendo.

 

Vecinos del barrio se quejan por el terreno baldío.
Algunos de los productos que vende Jésica en la santería que funciona en su casa.

Cuando el flaco salió, salió con dos celulares. Uno es el del hijo de Damián y estaba en la mesa de luz de él. El otro es el de Jésica —que usa para trabajar— y también estaba en su mesa de luz: la noche antes de viajar había publicado estados para avisar que cerraba por vacaciones. Y salió también con plata que Jésica tenía en una billetera, en un cajón de la santería.

—Debo haber tenido cincuenta mil pesos. Tampoco dejé tanta plata: debe haber sido la venta que hice ese día y el día anterior. Yo recibo muchas transferencias. Sí me duele, por ejemplo, mi primer billete de veinte mil. Lo tenía ahí guardadiiiito. Dije: 'Este es el llamador'. Sí: el llamador del choro. Pero bueno, la sacamos barata —sigue diciendo.

 

Lo vieron ir derecho al cajón de la santería. Lo vieron entrar al dormitorio.

Lo vieron, dice ella, como si estuviera perdido, como cuando uno está en su casa y va a una pieza o a la cocina y abre la heladera y dice: '¿qué venía a buscar? '

—Buscando la nada misma; no sabía qué manotear.

El flaco salió del pasillo donde está la santería y al ratito se pegó la vuelta con una bolsa de nylon y manoteó de un estante un manojo de paquetes de sahumerios —por el estante, Jésica dice que el flaco mide un metro sesenta y cinco— que cuestan unos novecientos pesos cada uno.

—Tengo otras cosas de valor.

Podría haberse llevado esas cosas de valor: virgencitas, cruces de bronce, perfumes.

—Tan aburrido estás, entraste a una casa a hacer qué —dice ella.

Cuando el flaco salió, salió además con una plancha para pelo, los sahumerios y una patamuslo que tenían en el freezer. Sin embargo, eso no alcanzó a llevárselo: cuando escapó, la pareja supone que la bolsa de nylon donde tenía las cosas se le enganchó con algo y rompió. Se llevó, de todos modos, los celulares y la plata que estaba en la cartera. La cartera la dejó tirada en el yuyal.

 

Jésica no habla con demasiados.

—Este es mi radio —dice, gira el cuerpo hacia la ventana que da a la calle y con el brazo abarca una zona mínima: su cuadra, la de enfrente—. La señora de la esquina, la de acá al frente que saludo, Romi, los chicos de acá al lado, Marta y la chica de acá al lado y pará de contar. La gente antes se sentaba en la vereda. Ahora llega la tardecita y todo el mundo con las ventanas cerradas entra en su casa o a su patio. No por miedo, sino que si pasa algo te llaman de testigo, después vienen y te hacen bosta a vos. No te podés mover. Tenés que ser presa de los delincuentes y tenés que dar gracias. Encima qué querés denunciar, te tienen cinco horas en la Policía, tenés que presentar todos los papeles de las cosas que te robaron, o sea. 

 

—Ahora compré un reflector con sensores de movimiento. En el patio quiero poner rejas. Voy a tomar todas las medidas de seguridad —aporta Damián.

Y eso que ya tienen bastantes, no como cuando les robaron por primera vez, durante unas vacaciones de julio de 2022 y les llevaron una moto del garaje. 

No entienden cómo hicieron para robarles esa vez.

—El portón es elevadizo y lleva control —comenta Jésica.

Pero el portón no estaba roto ni barreteado.

Fueron unas semanas bravas aquellas.

—Todos en el barrio sufrieron con los inhibidores de alarmas. Levantaban los portones.

 

Hace un mes y medio, en una semana robaron tres motos en el Roque Sáenz Peña.

Una de esas motos se la llevaron de un complejo que da al patio de Jésica y Damián.

—Es que ahora le están alquilando a cualquiera —dice ella.

Para ella, cualquiera podría ser, por ejemplo, un chico que vivía en ese complejo y que, al mes de alquilar, lo fue a buscar la Federal.

—Se lo llevó por venta de droga. Hacían juntas, de todo.

 

De lo que no se dieron cuenta cuando viajaron, dice Jésica, es de activar el sensor de movimiento para que la cámara siga al que no debe estar adentro.

—Eso lo tenés que modificar gordo, como lo tiene tu hermana —le dice, mirándolo.

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