Condenaron a perpetua a los femicidas de Natalia Mariani
Gino y Hernán Ferrari, hijo y ex marido de la víctima, recibieron la pena máxima en el juicio que se desarrolló durante esta semana en la Cámara del Crimen de Villa María.

La joven de 19 años, nacida en Villa María y criada en Villa Nueva, participó en la quinta temporada del programa «La Voz Argentina». Conocé su historia.
Ya de noche, cuando terminaba de trabajar como albañil, Omar, que alguna vez fue un chico que tocó el bajo y pasó de crear e integrar bandas a ser solista a eso de los dieciocho años, salía a cantar. Lo hacía con su esposa, Marisa, empleada doméstica. Casi siempre era en algún restobar, en casinos y en fiestas privadas de los pueblos de la zona: Arroyo Cabral, Arroyo Algodón, Tío Pujio, Ticino, Luca, General Cabrera, General Deheza. Era un poco más allá, también, en localidades como Monte Maíz o Isla Verde. A veces era en casamientos. Era, incluso, en las sierras, donde hacían temporada de verano. Y fue, otra vez, para una temporada en un restó de Viña del Mar, Chile.
—El apasionado por la música es él. Yo fui una compañía. Para no quedarme en casa, lo seguía —dirá Marisa una tarde, por teléfono.
Él, para la noche, cambiaba el nombre. Ella lo mantenía. Formaron el dúo «Matías y Marisa» entre 2000 y 2016: lo hicieron desde que ella tenía veintiséis y él cuarenta y dos. Cantaban temas de Alejandro Sanz, Miguel Mateos, Thalía. Hacían tangos y hacían bailar con cuartetos, con cumbias.
—Todo terreno —dirá después.
A veces, esas noches, llevaban a su hija.
—En las canciones melódicas me decía: 'Má, yo voy a bailar'. Yo digo: 'Bueno sí, no se va a animar'.
Y la hija, que tenía unos seis, se animaba. Subía a los escenarios y bailaba.
—Hacía la coreografía sola.
Unos días antes de que Marisa diga, su hija, una villamariense criada en Villa Nueva, la tercera de cinco hermanos —tres varones y una mujer— está sentada a una mesa del café de la Medioteca y recuerda que, a esa edad, a los seis, tomaba clases de danzas clásicas, en una academia.
—Todavía no identificaba mi amor por el canto —dice.
La hija es Maira Basconsela y ahora tiene diecinueve, ahora canta e integró el team Miranda en la quinta temporada del programa «La Voz Argentina 2025», que emite Telefe y se estrenó, por primera vez, en 2012. Le siguieron las ediciones de 2018, 2021 y 2022, que ella vio al igual que algunas de las que se emitían en otros países como Colombia, México, Chile, España y Estados Unidos. Vio, además, los distintos formatos: «Kids», «Teens» y «Senior».
Ella es la chica que a mediados de julio apareció en la pantalla. Es la chica que en el video de la audición a ciegas camina hacia el escenario mientras su padre grita «¡Vamos Maira!» y su madre grita «¡Rompela!». Ella no los escucha, ellos la están mirando desde una pantalla en el estudio. Es la chica que lleva un vestido violeta y azul, encimado de brillos, que sostiene el micrófono con sus dos manos, que se inclina sobre el micrófono, que lo tiene cerca de la boca, que mantiene los ojos cerrados, que flexiona por momentos una de las rodillas como si tomara fuerza, impulso, para cantar esto que está cantando, la canción «En ausencia de ti», de la italiana Laura Pausini. La versión original es de más de cuatro minutos y ella solo tiene un minuto y medio. Es la chica que se acomoda, cada tanto, los lentes a los que se les ha roto una de las patillas el día previo, antes de viajar, cuando se sentó encima. Es la chica que parece ensimismada, inmersa, íntima, que lanza la voz desde allí, desde dentro, una voz que despeja, que abre, que se esparce porque esa voz será, después, algo que crece, que se eleva, que podría no aterrizar nunca.
—Yo no me daba cuenta de nada. Por ahí mis viejos me decían: 'Sos afinada', 'Tenés algo para pulir' —dice.
Después de las danzas clásicas, llegaron sus primeras clases de canto, por fuera de la escuela primaria Mariano Moreno, donde había un coro y, a ella, en ocasiones, le daban solos. Esas primeras clases las tomó con un hombre en el Museo Municipal de Bellas Artes Fernando Bonfiglioli.
—Era más profe de música que de canto, creo, y tenía como si fuera un coro.
De esos años no se acuerda demasiado.
—Tengo pocos recuerdos, se ve que era muy chiquita. Debe haber sido un tiempo re cortito. E hice también en otra academia de la que no recuerdo el nombre. Pero también todo muy flash.
Sin embargo, había otro lugar que visitaba bastante.
—Mis papás son cristianos.
La iglesia «Cielos Abiertos», cuyo pastor es Manuel Argüello, está en Villa Nueva y todos los domingos se hace una apertura que da inicio a las reuniones. Su padre y su madre, que también aprendió a cantar con el profesor de canto de la iglesia, están a cargo de esa apertura y algunos domingos, todavía, la invitan a cantar a su hija. El escenario de la iglesia fue su primer escenario.
—Cantábamos los tres o yo con mi papá.
Con el tiempo, lo empezó a hacer sola.
El secundario lo cursó en la escuela Manuel Belgrano que, cada año, organiza eso que se llama «Belgrano Suena», un espacio artístico donde los estudiantes muestran lo que quieren: baile, pintura, canto. En segundo año, Maira Basconsela, que tenía trece, cantó.
—Fue un momento importante —dice.
Se creó, en los demás, una imagen de ella.
—Como de cantante, quizás. En la mente del otro se identificaba ese aspecto de mí; la relación con el arte, con la música.
Por esos años, con doce, trece, fue que viajó con su padre y madre a cantar. Lo hizo para una temporada en las sierras, en Cura Brochero. Fue por esos años que su padre y madre supieron.
—Comenzamos a ver que, realmente, tiene aptitudes —dirá la madre.
Fue cada vez más evidente; la escuchaban en el living-comedor de la casa en la que viven, donde Maira Basconsela se sumaba a sus ensayos, cuando preparaban las salidas a algún pueblo.
—Me sé temas viejos de Marcela Morelo, de Gary, de La Quinta estación, que cantaban mis viejos. A veces también hacían armonías entre los dos, entonces me aprendía una voz o la otra —dice ella.
Maira también supo.
—No sé qué sería yo si no cantara —sigue diciendo y piensa que, a lo mejor, seguramente, tendría otros estímulos en la vida.
Escuchaba música, mucha música. Cantaba, mucho cantaba. Instrumentos, a pesar de que en su casa hay varios, no toca demasiado. A veces, nomás, le hace al ukelele y otro poco al teclado. A las guitarras y la batería, no.
—Mis papás conocen a Cristina, la mamá de él, porque ha ido un tiempo a la misma iglesia que nosotros —comenta.
Él es el cantante, compositor y coach vocal Pablo Cordero, que dirige la academia de canto «Bravo» en Villa María. En 2021, a los quince, Maira Basconsela ingresó a la academia. Aún había pandemia y, en todas partes, se tomaban precauciones. En «Bravo», como todos los ingresantes, cursó el ciclo inicial junto a otros diez. Las sillas estaban una alejada de otra y cada uno llevaba puesto el barbijo.
Después, Cordero la asignó a otro grupo, más pequeño.
—Teníamos más tiempo para que él nos escuchara.
Comenzó a entrenar la voz, a ejercitarla, a entenderla. Aprendió sobre tipos de voces, interpretación, melodías.
—Desbloqueé la voz mixta, que es muy importante para cantar el género que yo hago.
Cuando ella habla de género menciona la balada pop.
—Y me fue desafiando.
Había modos, maneras, formas, con las que ella se sentía cómoda, de las que no se despegaba.
—Eso me pasó con una canción. Tenía que preparar «Hasta que me olvides», de Luismi, y había una parte que yo la hacía con lo que se llama voz de cabeza, al agudo.
Cordero le dijo: 'No. No lo hagas así'. Ella se preguntó cómo, entonces.
—No tenía idea cómo lo iba a lograr.
Y lo logró porque sigue entrenando, ejercitando, intentando entender su instrumento: la voz.
Todavía va a la academia. Cursa una vez a la semana, los miércoles, una hora y media, con un grupo.
—A los quince, dieciséis, comenzó con todo, a presentarse ante mucho público —contará la madre.
Y recordará una presentación en la peña de «Los Soñadores», que se hace en verano, durante el recorrido peñero. Como era menor, su familia le armó una banda —conformada por tres personas de la iglesia y dos amigos— y ella participó como artista invitada.
—La gente le pedía fotos, que firmara autógrafos —contará Marisa.
Maira Basconsela siguió trabajando y, cuando se abrió la convocatoria para el certamen «Nuevos valores del canto y la música», organizado por la municipalidad de Villa María, que premia a quien gane con la participación en el Festival Internacional de Peñas, se anotó. Entre más de cuatrocientos, ganó en la categoría solista. Y, en febrero de este año, una de las noches, subió al escenario Hernán Figueroa Reyes, donde interpretó «No podrás», de Cristian Castro.
—Sigo a la cuenta de «La Voz» hace un montón —dice, luego, Maira Basconsela.
Cuando vio que había casting, le habló a Cordero. «Che, ¿qué pensás?», le preguntó. Él le dijo que fuera, que podía hacerlo.
Hace algunas semanas, una mañana, a las cinco de la mañana, con su padre y con su novio, viajó en auto hasta Córdoba. Llegaron a eso de las siete al hotel donde fue el casting. Esperó dos horas hasta que abrieran las puertas. Y a las nueve entró con los demás. Los hicieron pasar de a grupos de cuarenta, cincuenta. Ella pasó con el segundo grupo. Había sillas dispuestas en semicírculo en una sala. Se sentó en uno de los extremos. En una mesa había otro grupo de gente: después sabría que eran las coaches vocales y productoras.
Cada uno, cada una que estaba en ese semicírculo debía levantarse, cantar algo y regresar. Ella fue la última. Cantó «Víveme», de Laura Pausini. Le pidieron otro tema y fue con «Saving all my love for you», de Whitney Houston.
A algunos, a algunas, les pidieron que se queden. Ella estuvo incluida. Pasaron a prueba de cámara en otra sala, más pequeña. Allí cantó el tema de Pausini con el que tiempo después, haría la audición a ciegas que la dejaría dentro del team Miranda. Y listo: les dijeron que, si quedaban seleccionados, desde la producción los llamarían.
—Y uno se queda esperando que pase. Pero puede que nunca pase —dice.
Siguió la espera hasta que un mediodía, cuando almorzaba para ir a la Universidad Nacional de Villa María, donde estudia la Licenciatura en Composición Musical, vio, en la pantalla del celular, una llamada. La característica era de Buenos Aires. En la mesa estaba su madre, algunos de sus hermanos.
—Contesté porque sabía que había una posibilidad de que me llamaran. Tampoco me quería hacer ilusiones, pero lo venía pensando.
«Hola, ¿cómo estás? Maira, ¿no?», le dijo alguien del otro lado. Y siguió: «Somos de Telefe. Queremos avisarte que has sido seleccionada para La Voz Argentina».
—Intenté no emocionarme de más porque estaba hablando con una persona que me tenía que dar muchas indicaciones —cuenta Maira que recuerda a su madre, mirándola, expectante.
La llamada, terminó y hubo saltos, gritos, risas, esas formas de la alegría repentina.
La audición a ciegas de Maira Basconsela está disponible en Youtube. Está, además, desparramada en las redes de distintos medios de comunicación y en los perfiles de tantos, de tanas. Ella ha vuelto a mirar su audición, bastante.
—A veces me incomoda mucho. Soy autoexigente y detallista en lo musical. Se me hacen así los ojos —dice y los entrecierra, como si algo la cegara— cuando me escucho; por los fallos que tuve, porque no salió perfecta la canción.
Hay incomodidad, pero hay al mismo tiempo, dice, felicidad por verse en ese escenario.
Hasta que se televisó su audición a ciegas, tuvo incertidumbre.
—No sabía cómo se había escuchado mi voz —dice.
Es normal. Hay un texto que lo explica así: «Es común que en la grabación se experimente la voz propia como la voz de otro, y esa distancia nos hace comprendernos mejor».
Ella habla de la experiencia de otros de sus compañeros, que han sido criticados en las redes sociales.
—Por una u otra cosa los habían bardeado y yo tenía miedo de pasar por lo mismo. Me sorprendió muchísimo que la mayoría de los comentarios sean lindos. Y los comentarios malos a veces me enojan un poco, no porque la gente opine, sino porque una, que lo ve desde adentro, sabe cómo son las cosas en realidad y te da ganas de ponerte a explicar. Pero no lo hago porque quien tiene tiempo para criticar, lo va a seguir haciendo y no le va a importar qué es lo que opine yo. No todos van a estar contentos con lo que hago y está perfectamente bien. De todo, de todos, retenemos lo bueno. Esa es una frase que me ha repetido mi mamá. Y eso es lo que hacemos nosotros.
El lunes 28 de julio, por la noche, apareció por segunda vez en «La Voz Argentina». Compartió escenario con Thomas Guzmán, también del team Miranda, en la instancia denominada «Batallas». Ambos cantaron «La nave del olvido», del mexicano José José. Cuando terminaron, el conductor del programa se acercó al escenario a felicitarlos y le preguntó a Maira: «¿Vos le pediste perdón a él?». Él, Guzmán, de inmediato tomó la palabra: «Hoy somos un dúo. Así que, si nos equivocamos, nos equivocamos juntos. Y si triunfábamos hoy, acá, triunfábamos juntos. No me tenés que pedir perdón por nada».
—A la hora de la batalla no sé si la pasé tan bien, me puse muy nerviosa —dice Maira unos días después.
En el video de la batalla, hay un momento de la canción en la que ella niega con la cabeza.
—Lo que pasó fue que se me puso la mente en blanco.
De todos modos, lo resolvieron sobre la marcha y, para el último estribillo, se acomodaron.
—Le pedí perdón porque tenía mucho cargo de conciencia. Pero él, ahí nomás, se hizo cargo del error conmigo, cosa que no le correspondía. Me apoyó.
Antes de despedirse del programa, agradece. Y dice:
—En otra, será.
Alguien, alguna vez, dijo: «Probar otra vez. Fallar otra vez. Fallar mejor».
Gino y Hernán Ferrari, hijo y ex marido de la víctima, recibieron la pena máxima en el juicio que se desarrolló durante esta semana en la Cámara del Crimen de Villa María.
Carlos Daniel Gómez está acusado de homicidio doblemente agravado por el vínculo y por mediar violencia de género por el asesinato de Mónica Viviana Salguero. Fue detenido por el crimen este jueves en barrio Lamadrid.
El proyecto se da en medio de sospechas por corrupción, falta de control y aumentos reales de hasta 500%.