Otro robo adolescente, a una cuadra de la Policía
El hecho ocurrió este martes 27 de mayo en un local que vende indumentaria deportiva por calle General Paz, entre Catamarca y San Juan, en el centro de Villa María.
Hace algunos días, cerca del Polideportivo, casi diez chicos abordaron a dos, de 14 años, y les sacaron el celular. Un tiempo antes, una chica de quince iba a la escuela cuando, a las siete de la mañana, un hombre avanzó hacia ella en el puente del Subnivel.
—Tenían la consigna de caminar cerca y volver —dice la madre por teléfono, cuando ya han pasado varios días desde aquello.
Aquello significa que eran las doce y media de la noche de un sábado y la familia estaba comiendo una pizza a un costado del Polideportivo.
—En el parquecito —aclara y aclara que había gente dando vueltas, pero no mucha.
El hijo de la mujer, con un amigo, ambos de unos catorce años, que ya tenían la consigna, empezaron con la caminata.
—Volvieron a los cinco minutos. Diciendo que les habían robado —sigue la madre que, aquella noche, estaba acompañada por el padre de su hijo.
Lo que cuenta la madre ahora es que los chicos, mientras caminaban ese sábado, se dieron cuenta de que los seguían, por detrás, otros tres. Entonces, el hijo y el amigo se abrieron hacia la calle y los otros tres les fueron cerrando el paso hasta que los dos, del susto, terminaron en el puente de madera, que bordea el río. Cuando ya estaban allí, en el puente, los tres se les adelantaron y aparecieron del otro lado del puente. El hijo y el amigo se dieron cuenta, también, que los seguían otros cinco o seis chicos más.
—Los tres los interceptaron de frente. Les pidieron los celulares. Aparentemente les mostraron un arma —dice ella.
Los chicos no están seguros: recuerdan que uno del grupo se levantó el buzo y les mostró que tenía algo en la cintura.
Después, esto: el hijo y el amigo se quedaron sin los celulares. Y los otros tres se quedaron con los otros cinco o seis.
El hijo y el amigo regresaron con la madre, pero no le dijeron demasiado. No podían.
—Costó que contaran. Estaban asustados.
La familia salió a buscar policías, mientras llamaba a la comisaría y, frente al Anfiteatro, encontró una camioneta de la Guardia Local. Los de la Guardia tomaron los datos, se subieron a la camioneta y salieron a buscar al grupo de los ocho, nueve.
—Nosotros también salimos a dar una vuelta, a ver si los encontrábamos —dice.
Los encontraron en la Bajada Entre Ríos, porque los chicos recordaban cómo estaban vestidos. Sin embargo, no se acercaron: como la Guardia estaba a unos metros, les fueron a avisar. El personal de la Guardia sí se acercó, junto con los policías, recién llegados. Había, en total, unos tres o cuatro patrulleros.
—Eran re chiquitos los chicos. Trece, catorce años. Ninguno más de dieciséis, diecisiete. Y había dos chicas, me parece. Había algunos que estaban intimidados por la policía y otros eran medio picantes a la hora de contestar.
La Guardia y los policías recuperaron uno de los celulares, que estaba tirado cerca, y se lo entregaron a la familia al día siguiente. Del otro no tuvieron más novedades. La madre, mientras tanto, esa noche seguía buscando en la zona el otro celular. Por eso dice que no sabe si los policías se llevaron a todos los chicos detenidos: solo sabe que cargaron a algunos en los móviles.
Así terminó ese sábado, ya hechas las dos y media de la mañana.
—Eran cosas normales, para nosotros, ir a la Costa tarde, movernos por la ciudad sin preocupaciones, sin asustarse o sin tener cuidados extremos. Siento que en el último tiempo cambió mucho la ciudad. Hay mucha inseguridad y no la sentía tiempo atrás. Han sucedido cosas que te hacen cambiar los hábitos, volver a mirar las costumbres que tenés —dice.
Han sucedido cosas y una de esas cosas le pasó a otra de sus hijas, de quince.
Esa hija, cada mañana, caminaba a eso de las siete de la mañana, cinco cuadras hacia la escuela. Hacía siempre el mismo recorrido. Una de esas veces, hace menos de un mes, estaba cruzando el puente del Subnivel, por calle Buenos Aires: ese sector que, esta noche, la del 25 de mayo de 2025 está sin luz, con catorce luces apagadas, en estos días de otoño en los que anochece cada vez más temprano y en los que amanece cada vez más tarde.
—Cuando estaba por terminar el puentecito había un hombre ahí, parado. Y ella se asustó. La impresionó la manera de mirarla y que sonreía. Este hombre avanzó hacia ella —cuenta la mujer.
La hija gritó, corrió, pidió ayuda. La ayudó una mujer que llevaba a su hija a la escuela. También frenó alguien en un auto que la escuchó gritar, que la vio correr.
—Fue algo que la intimidó un montón —sigue la mujer.
La hija no va más sola a la escuela.
La mujer decía esto: volver a mirar —a revisar—los hábitos, las costumbres. Cambiarlos. No es poca cosa, en una Villa María que se presume más segura.
El hecho ocurrió este martes 27 de mayo en un local que vende indumentaria deportiva por calle General Paz, entre Catamarca y San Juan, en el centro de Villa María.
Esta es la historia de Priscila Pérez, 19 años y embarazada de siete meses, que vive en una casilla, en un terreno que usurpó en el predio Nuevo Central Argentino (NCA), en la Media Luna Los Chaleses, en el barrio Las Playas.
Cada 5 de mayo es el Día Internacional de la Celiaquía y en este caso, ella cuenta su historia desde 2009, el año en que recibió el diagnóstico.