Otro robo adolescente, a una cuadra de la Policía
El hecho ocurrió este martes 27 de mayo en un local que vende indumentaria deportiva por calle General Paz, entre Catamarca y San Juan, en el centro de Villa María.
La puerta de la casa está abierta pero no se escucha a nadie cerca. Tampoco se ve demasiado: a un costado de la antesala hay dos ténderes repletos de ropa, una reposera, algunos muebles.
Hay que tocar la puerta para que alguien responda porque el timbre no funciona desde hace tres días, desde el sábado catorce de diciembre, desde el incendio en esta casa de tres habitaciones en la esquina de La Rioja y Müller, en barrio Güemes.
Ahora, martes diecisiete, casi siete de la tarde, aparece Sonia, la dueña. Con la cabeza repleta de rulos camina hacia el comedor, se sienta a la mesa, se ceba mates y agradece que Amelia, su nieta, no estaba ese sábado: un día antes se había ido con la abuela a Varillas, una ciudad pequeña ubicada a unos ochenta kilómetros de Villa María.
Amelia es la hija de la pareja: de Fernanda Juncos, hija de Sonia de treinta y un años, y de Xavier Passarul, el tipo de treinta que se llevó la peor parte, que se quemó entre el 25 y el 30 por ciento del cuerpo —la espalda, la palma de una mano, las piernas hasta las rodillas, la frente, una oreja—, el tipo que el lunes dieciséis a las tres de la tarde fue trasladado desde el Hospital Pasteur al Instituto del Quemado, en Córdoba, donde tiene por lo menos para veinte, treinta días, donde Fernanda, que tuvo heridas superficiales en los brazos, lo acompaña.
Hollín y cenizas y escombros: en el piso, en las paredes, en el techo, en las cosas.
En todas las cosas: manchas negras, grises, oscuras.
—No podíamos limpiar —dice Sonia.
No tenían la llave todavía: esperaban el trabajo de los policías, de los peritos, de aquellos que determinan cómo pasó esto que pasó.
—Mi cuñado vive a unas cuadras y estamos ahí.
Del informe con el resultado de los peritajes aún no se sabe nada, así lo comunicaron desde Fiscalía.
Sonia agradece la ayuda: la del presidente del centro vecinal, la del municipio, la de la escuela Rivadavia a la que va Amelia, las donaciones.
Sigue tomando mate y aclara que no estuvo el día del incendio: ella dice lo que dicen quienes vieron algo: los vecinos.
—Dicen que empieza en el asador. Que se genera ahí porque comieron un asadito para ellos dos. Pero el asador está impecable.
Ella tiene, además, una teoría.
La teoría, su teoría, es que el perro de la pareja, un cachorro policía de cuatro, cinco meses que se trepaba a las mesas, a las sillas, se trepó a buscar algún resto de comida.
—Como hacen los perros en todos lados.
Cuando se bajó, supone, arrastró alguna brasa y fue cuestión de tiempo: el fuego y cada vez más fuego. Más, mucho, montones.
Fernanda es empleada de una empresa de limpieza. Trabaja cuatro horas y gana entre 250 y 280 mil. Xavier hace unos cinco meses que no tiene trabajo. Por eso, ambos, con la hija, vivían en la casa de Sonia —donde ella vive con su marido e hijo— y en la galería, donde se produjo el incendio, estaban sus muebles, tapados con manteles de hule.
—Teníamos tarimas, porque no voy a decir que no, tarimas que hacían de estantes para poner cosas. Estaba su heladera afuera, el lavarropas, la cocina, un ropero. Todo bien acomodado, pero en la galería y bueno, al saltar la chispa, imaginate, había madera, había papeles, había nylon.
Imaginate.
La pareja comió el asado pasadas las dos de la tarde y se tiró una siesta.
Para lo que pasó después no hay un orden claro.
Dice Sonia que le dijeron los vecinos que Xavier se despertó por los golpes de la gente que veía, desde la calle, el humo.
Dice también que Fernanda y Xavier ya estaban algo desvanecidos: tal vez con mareos, quizá con ganas de vomitar.
Dice que unos vecinos la sacaron a Fernanda mientras gateaba bajo un remolineo de humo.
Dice que Xavier salió de la casa, pero no se dio cuenta que a Fernanda ya la habían sacado y que por eso volvió a entrar y cuando entró se le cayó un patio de luz encima.
Dice que llegaron en el acto los policías, los bomberos, la ambulancia.
Se toma un mate después de decir lo que dice y dice además:
—Hay un olor a podrido acá.
El hecho ocurrió este martes 27 de mayo en un local que vende indumentaria deportiva por calle General Paz, entre Catamarca y San Juan, en el centro de Villa María.
Hace algunos días, cerca del Polideportivo, casi diez chicos abordaron a dos, de 14 años, y les sacaron el celular. Un tiempo antes, una chica de quince iba a la escuela cuando, a las siete de la mañana, un hombre avanzó hacia ella en el puente del Subnivel.
Esta es la historia de Priscila Pérez, 19 años y embarazada de siete meses, que vive en una casilla, en un terreno que usurpó en el predio Nuevo Central Argentino (NCA), en la Media Luna Los Chaleses, en el barrio Las Playas.