Maira Basconsela: la historia detrás de la voz
La joven de 19 años, nacida en Villa María y criada en Villa Nueva, participó en la quinta temporada del programa «La Voz Argentina». Conocé su historia.
El sábado 22 de febrero, en un cortadero de ladrillos de Ballesteros Sud, desapareció un chico de 3 años. Desde entonces, policías y bomberos lo buscan.
Hay un padre y una madre.
Hay un padre y una madre que viven en un cortadero de ladrillos en Ballesteros Sud, un pueblo de setecientos habitantes del este de la provincia de Córdoba, donde viven con otras familias, también, de Bolivia.
Hay un padre y una madre que se acuestan a dormir la siesta.
Hay un padre y una madre que se duermen.
Hay un padre y una madre que despiertan y llaman a uno de sus hijos, uno que anda en cuero, descalzo, con short azul.
Hay un hijo que no responde.
Hay un hijo que no está y un padre y una madre que lo siguen buscando en la casa, cerca de la casa, lejos de la casa.
Es sábado 22 de febrero y pasan las horas: a las siete, ese padre y esa madre van a la comisaría de Ballesteros —porque en Ballesteros Sud no hay— y denuncian que su hijo, Liam Gael Flores Soraire, de tres años, ha desaparecido.
Liam Gael Flores Soraire, piel trigueña, pelo negro corto, noventa centímetros.
«Parece grave», escribe alguien en un mensaje.
Son las once y media de la mañana del domingo 23 de febrero y la fiscal de Bell Ville, Isabel Reyna, ha llegado al cortadero de ladrillos para averiguar dónde está Liam.
«Todas las hipótesis», escribe en otro mensaje este alguien. «Hasta las más graves», escribe y no escribe más.
Ya han pasado varias horas. Son las seis de la tarde y en este auto, con aire acondicionado, no se sienten estos treinta y seis grados, esta térmica de cuarenta y tres.
Son casi treinta los kilómetros que separan, por ruta 9, a Villa María de Ballesteros: una media hora. No hay demasiados autos en la ruta. Hay un perro que va a cruzar pero no cruza cuando escucha la bocina del auto. Aparece en el camino solo un camión al que pasamos poco antes de llegar a Ballesteros. A los costados hay árboles, campos que no tienen límites, fardos, maíz, un galpón en obra. El sol envuelve todo y en el cielo, celeste, hay nubes como vahos, por desvanecerse. De todos modos se avanza rápido. A Ballesteros se llega cuando se atraviesa este arco —como una nave de cemento, pura punta— de ingreso.
—Llegás al bulevar, doblás a la izquierda y le das. Ahí está la Policía —dice un hombre que se está por subir a su auto.
Cuando se sube, antes de cerrar la puerta, hace la aclaración.
—Los policías están en Ballesteros Sud.
Son siete los kilómetros que separan a Ballesteros de Ballesteros Sud.
Entonces, el asfalto de Ballesteros que se convierte en tierra y se sigue por esa tierra un buen tramo y se cruza el puente que muestra a un lado y al otro el río Ctalamochita con su agua y su gente en el agua y se sigue un poco más hasta que un cartel dice que es acá, que esto es Ballesteros Sud.
En Ballesteros Sud hay que alejarse para llegar al cortadero de ladrillos. Y alejarse, en Ballesteros Sud, es hacer algunos kilómetros, pero no demasiados, metiéndose en campo todo campo. Por esos kilómetros empiezan a aparecer móviles de la policía, de bomberos, que parecen volver hacia Ballesteros. Nosotros vamos por donde ellos vienen. Afuera de una casa hay una familia. Le preguntamos a un hombre cómo hacemos.
—Doblás acá a la derecha hasta unos caños negros y amarillos. Ahí doblás a la izquierda. Seguís y vas a ver a los policías. Son unas leguas —dice el hombre, flaco flaco, en cuero.
Doblamos a la derecha y le hacemos luces a una camioneta de la Policía. La camioneta nos pasa pero frena. Se baja un hombre, joven.
—Doblás acá y mil metros —dice.
Doblamos ahí, en los caños.
Será un kilómetro, tal vez dos, y a la izquierda está la entrada al cortadero.
—Pasen —dice un flaco de la Dirección Patrulla Rural Sur—. Por acá nomás. Allá, donde está el campamento, no se puede.
Allá es varios metros más allá, donde están los policías, los bomberos, donde no está desde ayer Liam.
Acá es un predio puro campo donde están los ladrillos apilados unos encima de otros, prolijos, no tan firmes, en bloques, altos, anchos, largos. Acá es esta tierra y este calor que hierve y esta humedad y este viento y este tractor y este perro atado a este tractor y esta soga donde cuelga ropa y estas casillas con telas que hacen de puerta donde parece no haber nadie hasta que aparece un hombre que se mete rápido adentro.
Hay pocos periodistas.
Uno hace un móvil en vivo desde la parte más alta de un bloque de ladrillos.
Otro, que está también arriba, filma con el celular el predio.
No hay demasiado para hacer. Los policías —dicen— no pueden hablar. Dicen —solo— que después habrá un parte oficial, que no los comprometamos, que no.
A la hora aparece otro hombre en una camioneta —un jefe— y pide que nos saquen del predio.
Salimos. Conversamos. Llegan más periodistas que conversan, que esperan.
Esperamos hasta que no hay nada que esperar.
—Sabemos lo que saben todos. Que desapareció este chiquito. Nos enteramos esta mañana —dice un grandote de ojos claros.
El grandote de ojos claros, que viste remera, short y ojotas negras, y gorra roja, es un vecino. Cuenta que el cortadero, antes, estaba en el pueblo: dentro del pueblo.
—La otra gestión los mandó allá por el humo —dice mientras intenta matar mosquitos que se le arriman a las piernas.
Así que allá están hace cinco, seis años.
El grandote dice cosas.
Dice que en Ballesteros Sud no hay policía.
Dice que hay cámaras y un auto de seguridad ciudadana pero no quien lo maneje.
—El pueblo crece, como todo —dice.
Y dice que él tiene un hijo, uno de ocho, y que está preocupado y cuando dice eso, de repente, parece que no va a poder decir más nada, que va a quebrarse, a partirse al medio pero eso no pasa y dice algunas cosas más y dice gracias y se da vuelta y va hacia donde está una mujer —quizá su pareja— y la abraza por la cintura y camina, camina, camina, por la calle, esta calle por donde ha pasado un grupo de baqueanos a caballo que ha dicho que está difícil, que el maíz y la soja están crecidos, que el campo allá es «inandable».
*Toda información puede ser aportada a la Fiscalía de Bell Ville, a los teléfonos 03537 450010 – 450013, al 911, al 101 de emergencias o avisando a cualquier sede policial o judicial.
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