La trampa: crónica de la explosión del gasoducto y el incendio en Las Playas

«Estalló caño de gas en circunvalación, pegado a Villa Albertina. Se movió todo el barrio», escribe en un mensaje al WhatsApp, casi a las cuatro y media de la tarde, un médico y envía un video que muestra, a lo lejos, una mancha de fuego.

«Hubo una explosión de un tubo de gas entre Villa Albertina y Los Chaleces», escribe un periodista al WhatsApp, pasadas las cuatro y media.

—En avenida Savio y ruta 2 —dice una mujer en el cuartel de bomberos de Villa María a eso de las cinco.

—Savio y ruta 2 —repite un hombre, unos veinte minutos después, en el cuartel de bomberos de Villa María y dice que no sabe nada más, que ahora no, que los bomberos están trabajando allá.

—Sí, efectivamente fue ahí, es prácticamente barrio Las Playas y Villa Albertina, pero es jurisdicción de Villa María —dirá en un audio de WhatsApp un bombero de Villa Nueva a eso de las siete, cuando todavía los bomberos están trabajando.

—Vivo en el barrio Villa Albertina, en la parte nueva que estaría bien pegada a la circunvalación, a unos sesenta, setenta metros de donde ocurrió este incidente —dice por teléfono un vecino, en un noticiero de la ciudad a eso de las ocho y algo.

 

A las siete y media de este martes 28 de enero, la Municipalidad enviará un parte de prensa para decir que le pidieron al gobierno provincial que la zona del incendio sea declarada en emergencia y desastre, y que se contemple el uso de un fondo provincial para ejecutar las obras de agua y conexión domiciliaria para las casas y lotes que conforman 53 terrenos y etcétera etcétera etcétera. Y el parte de prensa hablará de esa zona como el «sector de Los Chaleces» porque en este lugar —que para algunos queda entre acá y allá, y que para otros es este barrio y que para otros más es otro barrio—, los operarios de una empresa tercerizada que estaban trabajando en la obra del Arco Sudeste de la Circunvalación —obra que ejecuta la provincia—, pasadas las cuatro rompieron con una retroexcavadora un ramal del gasoducto que administra Ecogas y entonces el gas —el chillido del gas— y la explosión y el viento que empuja y el fuego: el fuego como un alboroto.

 

Cuando hayan pasado varias horas y ya sea miércoles, desde el gobierno local dirán que la provincia y el municipio van a ejecutar las obras de infraestructura básica —agua y energía eléctrica— y que este lugar, «este polígono», se enmarca en el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) «que tiene una ley que interviene en la ejecución del mismo».

 

A ver, entonces: el Renabap es un registro que tiene datos de lo que considera «barrios populares» en el país. En Villa María, según este registro, hay cinco: Predio NCA y Predio NCA II, La Calera —detrás del cementerio La Piedad—, Santa Clara —atrás de barrio Las Acacias— y Barrancas del Sur, cerca del río.

Entonces, cuando hablamos de este lugar hablamos de NCA y NCA II —Los Chaleces y zona—, a los que se le llama polígonos. Y para el registro los barrios populares son villas, asentamientos, urbanizaciones informales. Y si son barrios populares, la gente de esos barrios puede conseguir un certificado de vivienda familiar y acreditar el domicilio ante cualquier autoridad pública, solicitar el acceso a servicios públicos y tramitar lo que haga falta.

 

En marzo de 2023, el municipio de entonces firmó un convenio para la constitución de lotes destinados a familias pobres, en el sector de los Chaleces —el primer acto posesorio fue unos meses antes—. Después se produjo la posesión efectiva con el certificado de Renabap y las familias empezaron a construir sus casas: algunas, con miedo a que se los quiten, armaron casillas con lonas y se quedaron. 

 

Renabap se financiaba con el impuesto a la riqueza, el que quitó el presidente Javier Milei. Como ahora no hay plata, por supuesto, no hay obras: están frenadas en todas partes.

 

Entonces, ahora sí:

Este lugar es, como cualquier cosa, la forma en que lo nombran. Y lo nombran como lo que está en medio de, lo nombran como un polígono, lo nombran desde los alrededores porque este lugar, al costado de las vías, cercado por yuyales, al sudeste de Villa María, no es ni aquello ni lo otro: es un asentamiento al margen del ferrocarril donde todos los días se despiertan familias, desde hace rato, sin eso que en este momento —justo en este momento, cuando están hablando hasta los medios nacionales— dice el Municipio que va a gestionarles los servicios básicos.

 

Y este lugar está en Las Playas, este barrio que lleva su nombre por las playas de maniobra del exramal Mitre, que se establecieron a mediados de 1920 y donde los primeros en instalarse y construir casas fueron los inspectores ferroviarios. 

Las Playas, este barrio que en 1927 era el barrio de cuatrocientas familias.

Las Playas, este barrio que alguna vez no fue parte de Villa María si no otra cosa, algo separado, que se conectaba con el centro de la Villa —que está a unos ocho kilómetros— a través de lo que se llamaba «trencito de Las Playas».

Las Playas, este barrio que consideraron dentro del distrito electoral de Villa María no hace mucho, recién en 1993, y que antes, a pesar de pagarle impuestos a la ciudad, su gente no podía decidir quiénes la iban a representar en el gobierno.

Las Playas, este barrio obrero que creció con los cortaderos de ladrillos y la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos, este barrio que dio trabajo.

Las Playas, este barrio que ahora ocupa unas 238 hectáreas.

 

Por cierto, hablar de 238 hectáreas es como hablar de unas 335 canchas de fútbol del tamaño de la que tiene la Bombonera.

 

 

***

 

Son las seis de la tarde de una tarde húmeda densa espesa. 

El cemento caliente de avenida Savio. 

Después, las calles de tierra calientes de avenida Savio.

Y ahora el cruce con ruta dos, esta ruta sobre la que cae el sol caliente, y esta policía de la Guardia Ciudadana que duda y dice que no quieren —¿sus superiores?— que nadie pase pero basta con insistir para que afloje y diga que bueno, que dejemos el auto acá a unos metros pero si lo dejamos a unos metros hay que caminar bastante así que lo dejamos más allá, bastante más allá y bajamos y hay otro auto estacionado y dos hombres que conversan y uno dice que tiene un video en el celular y lo muestra pero dice que no sabe si puede compartirlo porque tiene que consultarle a sus jefes y quizá le haya consultado o quizá no, quién sabe, pero lo compartirá casi de inmediato, apenas unos minutos después.

 

De todos modos, videos hay desde hace rato, desde pasadas las cuatro.

Grandes planos generales del fuego —tomados con drones—, planos generales, planos medios, primeros planos del fuego: del fuego que se levanta, que crece, que se estira: que come.

 

***

 

—Se escuchó hasta en Los Olmos. Dicen que allá temblaron las puertas y las ventanas —dice un chico en cuero, de diecipocos, que vive acá en Las Playas y que estaba acostado cuando el gas y entonces la explosión y el fuego.

Él, que está charlando con otros dos de la edad, mira cada tanto a estas dos casas que se han quemado —a lo que ha quedado de estas casas—.

—Vamos a echarnos una meadita allá —dice el de diecipocos y se va con los otros dos mientras detrás, un chico de unos veintilargos abraza a una mujer que llora.

 

Otra mujer, que está con otras mujeres frente a lo que queda de las casas —donde bomberos siguen apagando fuego—, parece que va a llorar o que ha llorado demasiado: tiene los ojos grandes y en el borde de los ojos parece que algo va a desbordarse. Cuando el chico que estaba acostado escuchó la explosión, ella andaba en lo que podría haber andado cualquier otro, tipo cuatro y algo.

—Estaba lavando la ropa —dice y dice que fue muy, muy fuerte la explosión, y que agarró a sus hijos y que rajaron para el otro lado, lejos.

Decir que ella está cansada es un modo —cortés— de decirlo.

—Estamos hartos. Acá no tenemos luz, estamos enganchados.

Cuenta que, al igual que otras de las familias, recibieron los terrenos por parte del Municipio, hace tres años, en febrero de 2022. En su caso, se fue a vivir al año siguiente, cuando pudo construir. Y, poco después, en el invierno de 2024 hubo otro incendio, el primero para ella en ese sector. Era julio, era la madrugada del sábado 6 y a eso de las cuatro hubo un cortocircuito en una casa. Llegaron dos autobombas y ocho bomberos. A un hombre de treinta y siete, el 107 lo trasladó a la Asistencia Pública con quemaduras de primer grado en los pies y a una mujer los bomberos la llevaron al Hospital Pasteur por inhalación de monóxido de carbono y con el mismo tipo de quemaduras que el hombre pero en el cuero cabelludo.

 

Ella, ahora, tipo seis y cuarto, no sabe exactamente la hora en que explotó el caño de gas pero calcula que fue hace unas dos horas, entre las cuatro y las cuatro y media.

La explosión, piensan algunos, se produjo porque el gas —la presión del gas— entró a una casa en la que, quizá, había algo encendido. Y no hizo falta más. 

 

Recién a las once y cuarto de la noche habrá precisiones y se sabrá que en el cuartel de Bomberos Voluntarios de Villa María el movimiento empezó a las cuatro y dieciséis: acá, a este lugar, llegaron tres autombombas pesadas, cinco de abastecimiento, una unidad de logística y dos de traslado de personal, otras dos de rescate urbano, una ambulancia y cincuenta y dos bomberos —vinieron también de Villa Nueva, Arroyo Cabral y Tío Pujio—. Y hay que seguir sumando gente: la de Seguridad Ciudadana, la de la Policía, la del 107.

Ella, que no sabe exactamente la hora en que explotó el caño de gas, dice que pasó media hora hasta que llegaron los bomberos y unos diez minutos más hasta que apareció la ambulancia. Por eso, durante la espera desesperada, cuando vio junto a otros vecinos que un padre y una madre salían de una de las casas con los hijos y salían con quemaduras, se acercó.

—Los manguereamos.

Para aliviarlos, maguerearon a la madre y a un hijo.

—Ella se había quemado los brazos y las piernas —dice y dice que alguien los cargó en un auto particular y los llevó al Pasteur.

El padre estaba bastante más quemado: a él lo cargó la ambulancia del 107 de Villa Nueva y también lo trasladó al Pasteur.

A las siete y media de la tarde se sabrá que al Pasteur llegaron dos personas más: otro chico y una chica.

 

Se sabrá 

 que hay una mujer de cuarenta y cuatro años con el 30 por ciento del cuerpo quemado pero estable.

 que hay una chica de quince con el 20 por ciento del cuerpo quemado, en una sala común.

 que hay un chico de once con el 25 por ciento del cuerpo quemado, monitoreado en pediatría.

 que hay un chico de dieciocho con el 80 por ciento del cuerpo quemado, con asistencia respiratoria mecánica.

 que hay un hombre de cuarenta y cuatro con el 50 por ciento del cuerpo quemado, también con asistencia respiratoria mecánica.

 

Se sabrá que a las ocho y media de la noche, el de cuarenta y cuatro y el de dieciocho habrán sido derivados al Instituto del Quemado de Córdoba.

Se sabrá que al final el primero tiene el 60 por ciento del cuerpo quemado y el segundo el 95 por ciento, y que ambos quedarán internados en terapia intensiva.

 

Se sabrá cada vez más porque se sabe así, con el tiempo.

 

Y se podrá entender cada vez más porque con el tiempo se entiende aquello que se ha intentado mirar.

A veces cuesta mirar y hoy pienso en ese video en el que hay un bombero en cuclillas que acuna a un perro negro como si fuera su crío y lo moja, le echa agua sobre la piel y sobre la cabeza y le arrima puñados de agua a la boca con rapidez y ternura y pienso en ese video porque cuando lo veo noto que a un costado de la imagen estoy yo y yo no vi a ese bombero y me pregunto cómo pude no haberlo visto: cómo. Y me pregunto qué más no habré visto: qué, cómo, por qué.

Me lo seguiré preguntando hoy, un día después, mientras recuerdo otras cosas, por ejemplo la cara de un bombero que estaba quieto, a un costado de la casa donde se quemaron cinco cuerpos, mientras recuerdo su cara líquida, hecha de agua suya, la fatiga de esa cara que transpira y que es la fatiga de todos los que trabajaron para que cinco no mueran y otros tantos puedan seguir vivos, viviendo.

Me lo seguiré preguntando hoy mientras miro fotos de lo que queda de la casa de esos cinco, mientras miro lo que queda, por ejemplo, de una pelopincho, esta pelopincho celeste en medio de tanto negro, de tanto marrón, de tanto hollín y cenizas, esta pelopincho que apenas está sostenida por algunos de sus caños, esta pelopincho derretida licuada rajada, y mientras sigo mirando otra fotos, la de una moto como un esqueleto, chamasucada al lado de un árbol chamuscado, y la del jardín de la casa donde hay dos sillas enfrentadas, ennegrecidas, vacías, rodeadas de un humo que las rodea y rodea todo, a todos, este humo que permanece todavía, que no deja de sentirse, que seguirá sintiéndose.

Me lo seguiré preguntando hoy, varias horas después, cuando los bomberos hayan terminado de trabajar a las tres y media de la mañana y haya guardia de cenizas hasta las ocho y cuando se sepa que en el Pasteur solo quedan los chicos porque la mujer de cuarenta y cuatro levantó fiebre y también fue trasladada al Instituto del Quemado de Córdoba, y cuando se sepa que con el fondo de emergencia y desastre de Córdoba se les construirá una casa nueva a los cinco y que a otra familia, que debieron evacuar, se les va a alquilar una y que a alguna que otra casa se le harán los arreglos que hagan falta.

 

Me lo seguiré preguntando porque la pregunta es la manera —la única— de entender: de intentar acercarse a eso que pasa, que está pasando, que no deja de pasar.

 

***

 

Muy cerca de la casa de los cinco que se quemaron, a metros de las vías, hay un cartel que dice «Trampa».

Una trampa es un descarrilador. Básicamente, impide que los trenes o vagones se desvíen de la vía: se usa para evitar que los trenes se bloqueen o choquen a otros trenes.

—La trampa es ser pobre —dice alguien, de pronto, mientras miro ese cartel que dice trampa.

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