Sociedad

Todavía el silencio: la historia de Pilar Funes a 49 años del golpe de Estado

Este lunes 24 de marzo es el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Anoche hubo marcha y vigilia por los 20 detenidos y desaparecidos de Villa María, por la restitución de la identidad de los cientos de bebés nacidos en cautiverio durante la dictadura, para respaldar la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Hay una partida de nacimiento que dice: San Miguel de Tucumán, 26 de enero de 1982, María Fernanda Cisternas.

Hay otra partida de nacimiento que dice: Ciudad de Buenos Aires, 26 de enero de 1983, María del Pilar Funes.

Hay una mujer, secretaria general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, que ha elegido; que cada vez que le preguntan su nombre, elige, sigue eligiendo su nombre: Pilar.

 

—Pilar —dice, entonces, sentada la tarde de un miércoles de marzo en un bar del centro de Villa María. 

Dice, después, lo que sabe ahora, a sus cuarenta y tres años: que nació en Tucumán, que la parió Genoveba del Tránsito Cisternas, que esa madre decidió no hablarle más para no tener problemas con la familia, que del padre biológico no sabe nada y que a los quince días de nacida viajaron a Tucumán una mujer y un hombre a buscarla. Una mujer llamada Camila Pilar Sánchez de Funes —que había perdido dos embarazos— y un hombre, sobre todo un hombre, llamado Narciso Funes, militar, que no quería tener hijos, y que accedió porque la mujer, si no, se separaba.

—Cuando estabas en actividad en el Ejército era una deshonra separarse. Tenías que pedir la baja. Lo hizo para no perder a mi mamá.

 

—Revistió siempre en Campo de Mayo —dice Pilar sobre su papá, que estuvo en funciones hasta 1985.

La guarnición militar de Campo de Mayo está en el partido de San Miguel, provincia de Buenos Aires, y ahí funcionaron, al menos, cuatro centros clandestinos de detención entre 1976 y 1983, durante la última dictadura cívico-militar.

—Trabajó, también, en el Plan Cóndor con militares de la Fuerza Aérea Paraguaya. Viajaba.

Era, dice Pilar, parte de los servicios de inteligencia de ese plan que comenzó a mediados de los setentas en varios países de América Latina, con el respaldo de Estados Unidos, para que se siga gente, se vigile gente, se detenga gente, se torture gente, se desaparezca gente, se asesine gente: para que haya terrorismo de Estado.

—Yo siempre le pregunté si soy hija de desaparecidos y siempre me lo negó. Lo que me dijo es que me adoptaron por zurda.

Por zurda: por izquierda, por ejemplo entregando dinero, por ejemplo arreglando con un juez amigo. 

Se lo preguntó porque en este país, entre 1976 y 1983, los militares se apropiaron de cientos de bebés de madres, a las que mataron, y los entregaron a familias de los militares, los abandonaron en institutos, los vendieron. Se lo preguntó porque en este país «Abuelas de Plaza de Mayo» encontró a ciento treinta y nueve nietos, nietas, porque «Abuelas» pudo decirles quiénes son, pudo responderles esa pregunta.

 

 

 

 

 

Los recuerdos:

 

Pilar a los seis años y medio y la mamá adoptiva que le dice, Pilar vos no estuviste en mi panza, estuviste en la panza de otra señora pero sos mi hija y nosotros somos tus padres.

 

Pilar a los diez, once, vuelve de la escuela. Va a su pieza. Deja la mochila. No alcanza a quitarse el guardapolvo y escucha al papá que la llama. El papá que la coloca frente a la pantalla del televisor, donde está Hebe de Bonafini, de Madres de Plaza de Mayo. El papá que le dice «esa mujer a nosotros nos odia, nunca le creas lo que dice, que los hijos bien muertos estaban». Pilar que lo escucha a él y siente miedo.

 

Pilar adolescente y el papá que le cuenta que él se infiltraba en grupos de amigos, de militantes. Ella que le pregunta cómo. Él que le responde que hay que pensar como el enemigo, hablar como el enemigo, comer como el enemigo, caminar como el enemigo. Ser el enemigo.

 

Pilar con dieciocho, tal vez un poco más, y el papá que le dice que fue una guerra, una guerra sucia, que tendrían que haberlos matados a todos, que se quedaron cortos, que no son treinta mil los desaparecidos, que son siete mil, que los bebés no fueron apropiados, que fueron adoptados legalmente, que fueron bien educados, bien criados.

 

Pilar que se entera que tiene dos partidas de nacimiento cuando busca la documentación para inscribirse a la universidad.

 

Pilar en la universidad y su padre que le dice que la militancia le va a hacer daño y que, por eso, si le preguntan a qué se dedica él, que ella diga que es hija de un gerente de banco jubilado, porque él no va a estar para defenderla.

 

Pilar a los treinta, en 2013, recién, hablando de su historia con los compañeros de militancia de la universidad, en Villa María.

 

Pilar que, una vez al mes, intenta visitar al padre, que vive en Las Perdices, a poco más de cincuenta kilómetros de Villa María. Pilar que de vez en cuando lo visita y con el que habla del trabajo, de la carrera que está terminando —Lengua y Literatura—, de su hija de quince años, porque de lo demás no puede hablar, porque lo demás se convierte en pelea.

 

Pilar este domingo 23 de marzo en Plaza Independencia, con los demás, por los veinte desaparecidos de Villa María, por los treinta mil, por la restitución de la identidad de los cientos de bebés nacidos en cautiverio durante la dictadura, por la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

 

Pilar marchando.

 

Pilar en la vigilia.

 

Pilar, este lunes 24 de marzo, con los demás, para seguir diciendo «Nunca más», la frase que le pertenece al pueblo argentino, a 49 años del golpe de Estado.

 

Y esta foto:

 

Un campo de los primos del padre en Junín y la tierra con la que Pilar está jugando y la tierra que le mancha las piernas, las zapatillas.

Su remera a rayas celeste y blanca, y lo que puede ser un short o una pollera, clara.

El pelo negro y las manos de Pilar en las puntas del negro y mucho y largo pelo.

Los ojos también negros, los ojos negros que miran a cámara.

La sonrisa fácil que sonríe Pilar en esta foto cuando tiene cinco o seis años.

 

La sonrisa fácil que le sonríe a una cámara que, supone Pilar ahora, a los cuarenta y tres, sostiene su papá, Narciso, el hombre que ha elegido el silencio. 

 

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