Lian y el miedo al vacío

El chico de tres años desapareció durante la siesta del sábado 22 de febrero en Ballesteros Sud. Este miércoles, la fiscal adjunta, Bettina Croppi, brindó una conferencia de prensa en la llamada «zona cero» y dio precisiones sobre el caso.

La fiscal adjunta, Bettina Croppi, en conferencia de prensa. Foto: Gentileza Mateo Lago de ElDoce

Hay algunos tablones y encima de los tablones un rosario de micrófonos de periodistas canales de noticias y frente a los tablones las cámaras. Entre el rosario de micrófonos y otro rosario de policías, bomberos, gendarmes —la mayoría hombres— está sentada la fiscal general adjunta de la provincia de Córdoba, Bettina Croppi, con otros varones; entre ellos el ministro de Seguridad, también de la provincia, Juan Pablo Quinteros. 

Hace casi cuatro días que no se sabe dónde está Lian Gael Flores Soraide, el chico de tres años que desapareció durante la siesta —entre las tres y las cinco de la tarde— del sábado veintidós de febrero de 2025 en un campo de Ballesteros Sud, donde su familia vive con otras familias, de Bolivia, y trabaja, como las demás, en cortaderos de ladrillo. 

Ahora es la media mañana del miércoles veintiséis y, como estaba previsto, va a comenzar la conferencia de prensa en lo que llaman «zona cero», en este pueblo de setecientos habitantes del centroeste cordobés.

Y comienza.

 

Ella, la fiscal adjunta, Bettina Croppi, dice todo lo que puede decir.

Que trabajan los fiscales de Bell Ville: Isabel Reyna, del Segundo Turno, y Nicolás Gambini, del Primero.

Que Reyna permanece en el «terreno» y dice qué se hace y quiénes lo hacen, que coordina el rastrillaje, la búsqueda, que junta evidencia.

Que Gambini procesa la evidencia, que decide las medidas procesales —allanamientos, testimoniales, peritajes—, que trabaja desde la Fiscalía con un equipo.

Que ellos —él y ella— se mantienen al tanto.

Que desde el domingo, el Ministerio de Seguridad de la provincia está en contacto con el de Nación y que ese domingo hubo una reunión virtual en la que quienes participaron dijeron que era necesaria una difusión masiva, total, cabal —incluso en países limítrofes— de lo que estaba pasando: eso que se denomina «Alerta Sofía».

Que además se disparó una alerta a todos los celulares a cien kilómetros a la redonda con la foto y los datos del chico.

Que hubo quince allanamientos: en la zona y en otras localidades. Que no hubo problemas para allanar. Que se secuestraron seis vehículos —que estaban siendo peritados— y veinticinco celulares. Que, con autorización, se previsualizaron los celulares para tener información inmediata. Que está trabajando gente de la Policía Judicial, con tecnología de punta, para extraer más información de los celulares.

Que declararon treintaiún personas.

Que colaboran expertos en rastrillaje del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (SIFEBU).

Que está trabajando, también, Marcelo Colombo, de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX).

Que los equipos de Córdoba han trabajado en otras provincias y que eso está bueno porque se conocen; que eso facilita las cosas.

Que están trabajando policías, detectives de la Policía Judicial, gendarmes, bomberos, gente del Departamento de Unidades de Alto Riesgo (DUAR), gente con catorce drones, gente de la División Canes, el Ejército, la Fuerza Policial Antinarcóticos (FPA), la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia a nivel provincial y nacional. Que, entre todos, son más de trescientos. Que, todos, responden a Reyna y Gambini.

Que el perímetro cubierto es de unos cuatro mil metros.

Que se está trabajando en el río, en diez kilómetros del Ctalamochita, y en la costa del río.

Que el trabajo es circular y que se parte desde el lugar donde «presuntamente» desapareció el chico.

Que la investigación también es circular y se va desde la familia del chico hacia afuera, hacia los vecinos, por ejemplo.

Que hasta ahora, eso.

 

Ella, la fiscal adjunta, Bettina Croppi, ahora escucha preguntas de los periodistas y dice lo que puede decir pero, sobre todo, dice —de distintos modos— lo mismo.

Que todo está en investigación y que es una investigación «muy compleja».
Que se están investigando todas las hipótesis.

Que cualquier cosa que diga sobre «una medida concreta de prueba» o hipótesis «de mayor o menor entidad» puede poner en riesgo la investigación.

Que no contará qué secuestraron, dónde lo secuestraron, a quiénes entrevistaron, cuáles son los sospechosos.

Que no hay detenidos.

Que entiende, sin embargo, la preocupación de la comunidad y la necesidad de información.

Que, de todas maneras, hay límites.

Que no puede responder esa pregunta.

Que tampoco puede responder aquella otra.

Que hay que ser «muy cautos y muy cuidadosos en este momento».

Que sí puede decir que hay investigaciones pendientes en el entorno cercano del chico por delitos contra la integridad sexual.

Que el campo donde desapareció el chico tiene un dueño al que identificaron y que solo lo une a los que trabajan ahí una «relación locativa» para la «explotación comercial» de cortaderos de ladrillo.

Que, de momento, la causa no pasará al fuero federal.

Que desconoce que a la prensa no se le deje hablar con la familia del chico, pero que es posible que no lo hagan porque, por protocolo, se les recomienda que no lo hagan.

Que le permitan cautela, por favor.

  

—Permítanme cautela —dice entonces, repite entonces. 

Porque a veces, muchas veces, no hay respuestas inmediatas.

Porque a veces, simplemente, lo que se sabe no alcanza.

Porque a veces, incluso, a pesar del trabajo no alcanza.

 

Porque a veces, para que haya respuestas, se necesita tiempo y distancia: mucho tiempo y mucha distancia.

Porque a veces, también, es mejor que, al menos por un rato no haya respuestas: es mejor el silencio.

Porque a veces el silencio puede ser nítido.

 

Horror vacui es una expresión latina que significa «miedo al vacío» y es propio, en la historia del arte, de estéticas como la del Barroco o el Rococó —del siglo diecisiete, dieciocho—, que rellenan, recargan, rebosan: que ocupan todo.

El rosario de micrófonos es, en mi caso, casi siempre, el rosario de páginas rayadas de la libreta donde intento anotar cosas que intento mirar —con todos los sentidos y sin prejuicios— y que, después de anotadas, intento forjar las palabras para decir algo.

Y a veces —cuántas veces— no puedo, me quedo en el intento.

 

A veces, otras veces, como durante estos días, escucho lo que tienen para decir otros, lo que dicen, lo que han dicho.

Y escucho mucho que «al parecer», que «aparentemente», que «habría o podría o tendría y sería». Escucho, mientras, a la mujer con la que vivo y pienso en eso que ella dice: en que todos hablan y todos hacen hablar a otros porque es necesario decir, porque es —parece— una exigencia ocupar todo. Pienso, por eso, en la expresión, en horror vacui.

Y me pregunto por qué, ahora, este jueves veintisiete a la mañana, cuando ya han pasado casi cinco días desde que el chico desapareció, yo —que le tengo miedo al vacío—, desde hace casi cinco días sigo buscando algo en internet y enviando mensajes a fiscales y bomberos —que no responden o que no pueden responder— y sigo insistiendo con tener algo para decir cada día y no sé porque solo sé esto: que hay un chico que desapareció y que hay otros que lo están buscando.

Y me acuerdo del silencio.

El silencio me permite decir, primero, disculpen, me equivoqué, este chico de tres años se llama Lian, se escribe con «ene», no Liam, con «eme». Me apuré: ese domingo que estuve en Ballesteros Sud miré, hice preguntas pero podría haber hecho más preguntas: a mí mismo me podría haber preguntado cosas.

 

Y el silencio me permite volver a una biblia —mi biblia—, donde leo, una y otra vez, cosas como estas:

Que aguante. Que pase por las historias sin hacerles daño y sin hacerme daño.

Que respete porque trabajo con vidas humanas.

Que tenga paciencia, que hace falta la complicidad del tiempo.

Que siga aprendiendo a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada.

Que aprenda.